LA BUENA NOTICIA DE MANUEL MONTES
CLERIES
m.montescleries@telefonica.net
Málaga, 30 de septiembre de 2013
Síndrome de abstinencia
Allá por los años setenta, mientras trabajaba
como voluntario en el
Teléfono de
La droga
dura se caracteriza por dos parámetros: tolerancia y dependencia. Tolerancia es
la capacidad de asimilar la misma, necesitando cada vez dosis más mayores para
obtener el mismo resultado. Dependencia es la necesidad imperiosa de su
consumo; cuando falta su ingesta, se produce el síndrome de abstinencia o
“mono”.
Este
rollo viene a cuento de que he pasado por una situación límite al depender de
una especie de droga que se corresponde con los tiempos modernos. Se trata del
teléfono, el Internet, el correo electrónico y las demás redes sociales. Crean
tolerancia (cada vez necesitamos más medios y más rapidez en su uso) y
dependencia (no podemos vivir sin ellos). Prueben a dejarse el móvil en casa un
día cualquiera o, especialmente, un día de viaje.
No hay
más que observar lo que pasa a tu alrededor. Una serie de silbidos y sonidos
extraños ponen en alerta a los participantes de una comida, una tertulia, la
cola del paro, el departamento de un tren, una misa de difuntos o una audiencia
con el Papa. Cuando suena la señal a todos se les ponen las orejas de punta y
se ponen en actitud de muestra canina. Inmediata y velozmente (no se porque
esta precipitación ante el teléfono celular que no se tiene ante el fijo) se
mira la pantalla y se comienza a escribir –mal-, cuando no, a gritar una
conversación que a nadie le interesa.
He tenido
la desgracia de que un error burocrático me ha dejado sin línea telefónica (y
por consiguiente, sin correo ni Internet) durante veinte días. ¡Sesenta y dos
reclamaciones a Movistar! Búsqueda de enchufes o conexiones con jefazos de la
compañía, broncas y peleas de todo tipo con cuantos me rodeaban, malhumor
constante y estado febril. En una palabra: síndrome de abstinencia. Cuando, por
fin, he recuperado la línea telefónica, me faltó poco para abrazarme al técnico
que me la propició. Ha vuelto a dulcificarse mi carácter en la medida de lo
posible y he terminado sintiéndome persona de nuevo.
La buena noticia de hoy es que el mundo ha
seguido rotando. El que se ha querido comunicar conmigo lo ha podido hacer por
medio del celular. Los correos me han llegado todos juntos pero a tiempo. Me
han seguido bombardeando con power-points que borro directamente, he podido
enterrar a un par de amigos y he hecho llegar estos modestos escritos a quien
los ha querido leer.
He recibido
una buena enseñanza. No me meto ni en una red social más y me salgo de las que
me dejen en cuanto pueda. Me ha dado tiempo a rememorar los años en que había
que pedir una conferencia con Antequera o, cuando me mudé a un barrio nuevo. Aquél año que me tiré hablando
por teléfono cada mañana en la cabina de la esquina. He vuelto a valorar una
carta manuscrita e ir a un sitio a dar un recado. He escuchado la radio y le he
metido mano a mi libro y a las Obras completas de Santa Teresa.
Se puede
sobrevivir sin teléfono. Es más: se vive mejor sin teléfono. Pero, por favor,
que no me lo quiten más. Aun no estoy curado del todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario