viernes, 27 de marzo de 2015

Obras son amores....

Comentario al Evangelio de hoy viernes, 27 de marzo de 2015

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Fernando Torres Pérez, cmf      
Dice Jesús a los judíos que si no creen en sus palabras que crean al menos en sus obras. Nosotros diríamos que son mucho más importantes las obras que las palabras. Estamos todos un poco cansados de tanta palabrería, de tantas promesas. Cada vez que hay algún problema, aparece alguien que sabe decir palabras bonitas, de las que acarician el oído y abren hueco a la esperanza. Lo malo es que demasiadas veces la esperanza se termina convirtiendo en desespero cuando los hechos no siguen a las palabras. Y no queda más que un eco vano y sin sentido. Por eso, estamos cansados de palabras y la credibilidad de nuestros líderes está por los suelos.
      Lo bueno de Jesús es que sus hechos respaldan plenamente a sus palabras. Jesús habló del reino y pasó su vida trabajando por crear fraternidad, por servir a las personas, por reconciliar, por curar, por sanar, por salvar. Estuvo cerca de los pobres, de los que sufrían. Se enfrentó a los poderosos. Y terminó asumiendo con mucho valor las consecuencias de sus acciones. La cruz puede parecer su derrota definitiva pero, en realidad, es el signo clarísimo de su coherencia personal. Porque fue consecuente con sus palabras, terminó muriendo en la cruz. Podía haber huido. Podía haber negado ante Pilatos y ante los jefes de los judíos las acusaciones. Pero no lo hizo. A Jesús no le matan. Se entrega el mismo a la muerte como signo de su personal coherencia. Y así nos dio testimonio del amor de Dios. Así entendimos  que el amor de Dios no se para en sacrificios, no tiene límites, llega hasta el final. 
      Ahora viene nuestra oportunidad para ser coherentes. Ya no es tiempo de acusar a los otros de incoherencia, de no ser consecuentes con sus palabras. Vamos a mirarnos a nosotros mismos. Vamos a examinar nuestra responsabilidad. ¿Somos cristianos? Pues la siguiente pregunta es simple: ¿Vivimos como cristianos? ¿Damos testimonio con nuestra vida del amor de Dios para todos –sin excepción– sus hijos e hijas? En la respuesta a estas preguntas nos jugamos nuestra credibilidad como cristianos. Y la credibilidad de la Iglesia, por supuesto

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