jueves, 22 de mayo de 2014

“con corbata, con chaqueta o con mono azul de obrero, podemos seguir a Cristo de casados o de solteros”.

 “El segmento de plata” por Manuel Montes Cleries 
Pedro el de “Los Valle” 
                              Málaga 22 de mayo de 2014 
 
              Pedro “el de los valle” pertenece a esa generación de hombres que descubrieron a Jesús de Nazaret, allá por los años sesenta del siglo pasado, en un Cursillo de Cristiandad. Aquellos primeros Cursillos hicieron salir a los hombres de detrás de las columnas, al final de los templos, para sentarse a los primeros bancos, donde, con un pequeño librito de tapas de cartón, seguían las celebraciones con respuestas fuertes y acompasadas. Se ponían de rodillas para rezar el rosario y cantaban –cantan- mal, muy mal. A mí me causaron tal interrogante, que me apresuré a asistir a un cursillo en cuanto tuve ocasión. 
 
         Pedro es un hombre del Perchel. Allí montó sus reales una churrería, que sigue abierta, donde pasaba –y pasa- todo el barrio. Pedro es un devoto de la Virgen del Carmen que ha seguido ejercitando aquello que aprendió en aquél lejano Cursillo de Cristiandad a lo largo de toda su vida. Es uno de aquellos que yo defino como “bestias de Yahvé”. Una serie de hombres y de mujeres que optaron por el Evangelio con todas sus consecuencias. Todos un poco locos, pero locos de amor: Pedro ha seguido cantando y contando, a voz en grito -es un poco sordo- las verdades y beneficios del encuentro con el Señor. Sus bolsillos han ido siempre llenos de publicidad de los Cursillos y su boca llena de colores. En estos últimos años, hasta que hace algunos meses cayó enfermo, iba por la calle buscando pobres, marginados, gente que está sola, que sufre, para darles compañía y alimentos. Evangelio vivo. Su campo de acción: la estación del ferrocarril, la estación de autobuses, calle Cuarteles y los alrededores de la Iglesia y el mercado del Carmen. Y en el verano el Rincón de la Victoria. 
 
     Nos creemos que esa labor es ardua pero casi improductiva. ¡Qué gran equivocación! El domingo pasado escuchaba a un emigrante, cubano, preso político traído a Málaga por el Ministerio de Asuntos Exteriores y dejado a su suerte aquí durante años. Pedro “el de los Valle” le acogió, le orientó, le acompañó y finalmente le ayudó a situarse. Bendito “loco por amor” decía el cubano. He encontrado trabajo, cariño, he podido volver a reunir a mi familia y, además, me han preparado y me he bautizado”, decía. Con más de cuarenta años. 
 
     Gracias a Dios Pedro continua entre nosotros. Para mí, es uno de esos santos que el cantaba y contaba a voz en grito: “con corbata, con chaqueta o con mono azul de obrero, podemos seguir a Cristo de casados o de solteros”. Y desde la cama, añadiría yo. 
 
 
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domingo, 18 de mayo de 2014

¿Puede dimitir un papa?

Pedro Celestino, papa (1215-1296)


¿Puede dimitir un papa? A esta pregunta con aires de sensacionalismo periodístico actual ya contestaron en el siglo XIII los expertos en la Curia del papa Celestino V. Era tan desastroso el estado de la Iglesia y se sabía tan extremadamente incapaz para su gobierno aquel papa que pensó en conciencia dejar en mejores manos y más aptas el timón de la Barca de Pedro. Le dijeron los que sabían que sí, que el papa no es más que el obispo de Roma, que la aceptación y permanencia en su puesto depende de su voluntad y que una grave necesidad de la Iglesia puede postular la decisión de la renuncia. Y así lo hizo ante los cardenales el día 13 de diciembre del 1294, proclamando una bula de renuncia a su puesto de gobierno.

Había nacido en el seno de una familia numerosa, el año 1215, en Isernia, Italia; Angelerico y María eran sus progenitores; al undécimo de sus retoños le pusieron por nombre Pedro; los principios cristianos de los padres eran buenos. (...)

Pedro se preparó con estudios para ser ese servidor de Dios en exclusiva que pedían sus padres. Ya era benedictino con 17 años. Luego lo vemos por tres años eremita solitario en los montes cercanos a Castelsangro, ya ordenado sacerdote y con unos escrúpulos que cada día se agigantan por la celebración de la misa que –piensa él– le traerá gente, perderá su soledad, le darán dinero y estropearán su vida de anacoreta. Luego serán los montes y cuevas de Monte Murrone, por cinco años, y Monte Maiella, muchos más, los que presenciarán su vida de penitencia y oración. Lo de soledad es otra cosa, porque no se sabe qué es lo que irradia aquel hombre ni qué aliciente tiene aquella vida austera cuando se le acercan cada vez más y más gente para oírle, abrirle el alma, pedirle consejo y algunos hasta están dispuestos a aprender a vivir como él. Son «los celestinos», aprobados por Gregorio X en 1274 con dieciséis monasterios.

Estando en Monte Murrone visitando sus casas sucedió el hecho insólito de llegar una comitiva, presidida por el arzobispo de Lyon con séquito de cardenales y personajes del cónclave, para comunicarle la noticia de haber sido elegido papa, a sus ochenta años, y suplican su aceptación. Y es que todos estaban más que hartos por la situación de la Iglesia desde que murió Nicolás IV el 4 de abril de 1292; ya son dos años de interregno y, en el Sacro Colegio, tanto los Orsinis como los Colonnas muestran posturas irreconciliables a la hora de elegir Sumo Pontífice, enredados por las injerencias de Francia en el Pontificado desde la ruptura con la casa Hohenstaufen; por eso pensaron en la santidad del monje para salir del atolladero.
Pedro Celestino no quiere Roma; se instala en el palacio real de Nápoles, donde está Carlos II, segundón de los Anjou. Manda construir una choza dentro de sus habitaciones donde poder pasar sus largas horas de oración y se pone de manifiesto su ineptitud para desempeñar las funciones papales: insociable, excéntrico, extremadamente sencillo, basto en las cosas humanas y desconocedor de los asuntos de gobierno; las tareas de la Curia van de mal en peor, el papa está supeditado al rey de Nápoles y, en el colmo de su imprudencia, nombra inmediatamente siete cardenales franceses y tres napolitanos. Cinco meses de papa fueron suficientes. Dimitió por el convencimiento personal de que era un mal para la Iglesia su continuidad; y, como era humilde y desprendido, lo hizo con valentía y decisión.

Diez días más tarde había nuevo papa.

Bonifacio VIII, su sucesor, tomó las medidas que a él le parecieron prudentes en la coyuntura: ratifica la dimisión e incorpora alcorpus jurídico canónico la bula con que Celestino V dimitió. Le pareció correcto recoger a Celestino presto a pasar a Dalmacia por la costa adriática y recluirlo en el castillo de Monte Fumone, en Anagni, donde estuvo hasta su muerte en el 1296. Con esta medida pensó que conseguía prevenir cualquier intento desestabilizador y darle al monje que fue papa la ocasión de dedicarse a sus rezos, soledad tan amada y penitencia.

Clemente V elevó a Celestino a los altares en el año 1313. Había empezado el cautiverio de Avignon, triunfando la sumisión del papado a Francia, terminada la heroica oposición de Bonifacio VIII.

Solo queda hacer un acto de fe. A pesar de las ineptitudes, torpezas, intrigas e intereses de los hombres, la Iglesia tiene una promesa indefectible del Amor.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Recordad que este Domingo hay Ultreya!!!

Para los que venís por primera vez a la Ultreya, os pongo dos fotos para facillitaros llegar al sitio; es este Domingo 18 en la Parroquia de la Asunción (en Cruz del Humilladero) a las 7 de la tarde.

El tema es precioso, no os digo más :) 


... Ah, y, como ya sabéis, termina con un compartir, así que procurad traer alguna cosilla para beber y comer y ponerla en común; así charlaremos y picaremos tan ricamente ;)




 

martes, 13 de mayo de 2014

De esas vidas de santos que se leen bien y te enseñan ;)

Andrés Fournet, Santo

Este fue el muchacho que cuando era estudiante firmaba sus libros con esta frase: "Andrés, que nunca será ni religioso ni sacerdote". Y Dios le hizo la jugada de hacerlo sacerdote y fundador de una orden de religiosas. Nació cerca de Poitiers (Francia) en 1752.

En sus primeros años era rebelde y molestón y la única que medio lo podía soportar era su propia madre. Pero esta santa mujer se propuso hacer de esa fierecilla un buen pastor, que salvara otras almas que estuvieran en dificultades.

Su mamá era supremamente generosa con los pobres. Andrés la criticaba porque le parecía que ella daba demasiado, y le decía que a los pobres había que darles las sobras únicamente. Ella le dijo un día: "Mira, vas a la mesa, echas en una bandeja las mejores frutas, los panes más grandes y los traes y los regalas al pobre que está en la puerta pidiendo. Recuerda que lo que se dé al necesitado se le da a Nuestro Señor, y que para el Señor siempre se da lo mejor". En el momento el muchacho no entendió la lección, pero más tarde hará de este consejo de su madre una ley para toda su vida.

Los papás lo enviaron a un colegio a estudiar interno, pero Andrés era el promotor de todos los desórdenes. Parecía que tuviera cien pulgas debajo de la camisa. No era capaz de estarse quieto. Al fin el rector, como castigo, lo hizo encerrar en un cuarto oscuro. Pero el inquieto estudiante se fugó de allí y se fue para la casa. Cuando su padre ya le iba a dar por ello un tremendo castigo, la mamá intercedió por él y obtuvo que le perdonara el castigo con tal de que volviera al colegio y se portara bien. Así lo prometió y así lo cumplió. En adelante su conducta fue excelente.

Al empezar sus estudios de filosofía en Poitiers, perdió el poco fervor que tenía y se dedicó a una vida mundana y de continuos paseos y fiestas y bailes. Pero todo esto le dejaba un vacío inmenso en el alma y una insatisfacción completa y horrible.

Sin consultar a ninguno de su familia se entró de militar. Pero cuando quiso visitar a sus familiares, ninguno lo quiso aceptar. Y tuvo la mamá que ir al ejército y pagar una fuerte multa para que lo licenciaran y lo dejaran retirarse. Quiso buscar puesto como empleado público, pero tenía una letra tan enredada que en todas las oficinas donde pidió empleo fue rechazado.

Fue entonces cuando le recomendaron que se fuera a pasar unas semanas con un tío sacerdote, párroco, que tenía fama de santo. Y allí en compañía de este hombre de Dios, le llegó a Andrés el cambio total en su comportamiento y en su modo de pensar, y se dedicó a los estudios eclesiásticos, y a la oración y la meditación.

Fue ordenado sacerdote y enviado como ayudante de su tío el párroco.

Empezó a predicar y lo hacía con palabras muy elegantes y rebuscadas. Un día al empezar el sermón se le olvidó todo y tuvo que suspender su sermón. Su tío, el anciano párroco, le dijo: "Es que lo que buscas es lucirte y aparecer bien ante los demás, y eso no le gusta a Dios. Debes predicar con más sencillez". Cambió entonces de método y en adelante la gente comentaba: "Antes el padrecito aparecía como muy sabio, pero nadie le entendía nada. Ahora habla como nosotros, y su predicación nos vuelve mejores".

Cuando ya lo nombraron párroco, Andrés se dedicó a vivir muy elegantemente con lujosas comodidades en su casa cural. Más le interesaba aparecer como un señor muy importante que como un santo sacerdote. Su madre seguía rezando mucho por él. Y un día que había preparado un gran almuerzo para los más ricos de la parroquia llegó un pordiosero a pedirle limosna y entró hasta el comedor. El Padre le dijo que no tenía nada para darle, y el otro observando esas mesas tan bien servidas le dijo: "¿Y todo esto qué es?". Y mirándolo fijamente le dijo: "Padre Andrés, usted vive más como un rico que como un pobre, como lo manda Cristo". Esta frase le impresionó inmensamente al joven párroco. Esa noche se fue a la iglesia y le pidió perdón a Nuestro Señor y desde el día siguiente quitó todos los lujos de su casa parroquial, y se dedicó por completo a ayudar a los pobres. En adelante en vez de invitar a los ricos se iba a visitar a los más abandonados. Desde que dejó su vida de lujos y de comilonas y se dedicó a gastar todo lo que recibía a favor de los pobres, la santidad de Andrés empezó a crecer notablemente.

En 1789 estalló la terrible Revolución Francesa que asesinó a miles de católicos y persiguió sin compasión a todos los sacerdotes. El Padre Andrés tuvo que esconderse y los guardias de la revolución lo buscaban por todas partes. Un día cuando estaba escondido en un armario en una familia, al oír que los perseguidores amenazaban a los demás de la casa, salió y se les presentó a los militares, y estos quedaron tan impresionados ante su venerable presencia, que se fueron y no se lo llevaron preso.

El Padre Andrés se disfrazó de labrador y se fue a vivir en la finca de una señora muy católica. Pero un día llegaron allá los enviados del gobierno en busca de él para llevárselo y matarlo. La señora y Andrés estaban charlando junto a la chimenea cuando de repente llegaron los gendarmes preguntando por el sacerdote. La dama sin más ni más le dio una cachetada al padre diciéndole: "Váyase inmediatamente a hacer sus oficios y deje de estar por aquí sin hacer nada". Los militares creyeron que era un servicial de la casa y no lo siguieron, y así él pudo salir huyendo. Después decía por burla: "Fue lo mejor que usted podía hacer. Si no, me habrían descubierto".

Después tuvo que salir huyendo hacia España y allá estuvo cinco años. Cuando suavizó la persecución, volvió a su querida parroquia de Maillé y se dedicó a reavivar el fervor de sus parroquianos predicándoles misiones y dedicando muchas horas a confesar. Todos lo querían.

Tuvo la suerte de encontrar una mujer con grandes cualidades para la vida religiosa, Santa Isabel Bichier, y con ella fundó la Comunidad de Hermanas de la Cruz, que se llaman también, hermanas de San Andrés. Él fue hasta su muerte el director espiritual de esa comunidad. Un día en que las religiosas no tenían casi harina para hacer pan para sus muchos niños pobres, el santo le dio la bendición a un poco de harina, y con ella pudieron hacer pan para todos.

Muchos laicos y sacerdotes lo buscaban para que les diera dirección espiritual porque tenía el don de saber aconsejar muy bien.

El 13 de mayo de 1834 pasó a gozar de la paz del Señor

Para nosotros la vida de San Andrés Fournet es un ejemplo de cómo aunque en nuestros primeros años no hayamos sido muy fervorosos, si tenemos buena voluntad y deseo de tener contento a Dios, podremos ir avanzando notablemente hacia la santidad.

Fue canonizado el 4 de junio de 1933 por S.S. Pío XI.