Sugiero algunos trazos que erigen a estos camilleros en modelos para quienes ejercen el ministerio vocacional.

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- Reconocen que ellos no pueden curar a nadie. Mucho menos perdonar pecados. Pero saben que Jesús sí que puede hacerlo. Ofrecen lo que tienen. Por ello, ponen a disposición del paralítico lo único que poseen: sus brazos y su tiempo. Cuando se hace lo posible, se alcanza lo imposible. Es una ley del amor que siempre funciona.
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- Son creativos. La dificultad, lejos de retraerlos, les despierta la imaginación. Y encuentran soluciones. Su genial atrevimiento canaliza sus energías de inventiva en dirección a algo que es importante en sí mismo: la sanación de quien no es capaz de moverse por sí mismo.
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Con estos seis rasgos me atrevo a dibujar el retrato robot de un buen animador vocacional: Es alguien a quien le importa la libertad verdadera del prójimo. Para ello trabaja incansablemente por llevarlo ante Jesús. Trabaja en comunión con otros. Se crece en las dificultades y sabe sortear los problemas que encuentra sin quejarse. No se lamenta de que los demás no le entiendan, no le secunden o le critiquen, porque no hay nada que les duela tanto en el alma como el ver a tantos jóvenes paralizados por no conocer a Jesús.
Juan Carlos Martos cmf (http://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/comentario-homilia/hoy)
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